lunes, 10 de noviembre de 2008

INSTRUMENTOS DE EVALUACIÓN

INSTRUMENTOS DE EXPLORACIÓN SOCIO-COGNITIVA QU SE APLICAN A LOS SENECTOS Y LA QUE UTILIDAD QUE TIENE PARA EL PSICOLOGO

Las investigaciones llevadas a cabo en el terreno del deterioro de las capacidades intelectuales en la senectud no son concluyentes. Todas coinciden en la afirmación de que estos deterioros se producen, aunque los criterios sean divergentes respectos a las causas y al proceso.

Se puede afirmar que los individuos mantienen un buen nivel de competencia cognitiva hasta después de los 75 años. Sin embargo, existe una polémica entre dos líneas de investigación: los estudios longitudinales, como los de Baltes y Schaie muestran que el deterioro es ligero hacia los 60 años y más importante a partir de los 80 años, mientras que los estudios transversales, como los de Horn y Donalson hablan de un deterioro muy marcado a partir de los 45 años. En términos generales, lo que sí parecen aceptar todos es que hay un mantenimiento hasta los 60 años, pequeños deterioros hasta los 75 años y grandes pérdidas a partir de los 80 años.

Se acostumbra a analizar el decremento de la inteligencia en los ancianos y en muy pocas ocasiones se destacan los aspectos en los que ellos superan claramente a los más jóvenes, como son la experiencia y la acumulación de conocimientos. Si su inteligencia "fluida" (establecimiento de relaciones, extracción de inferencias, etc.) ha dejado de progresar, su inteligencia cristalizada (la que se relaciona con el fruto del aprendizaje y la experiencia), por el contrario, sigue enriqueciéndose. Tal vez sean menos rápidos, pero pueden aportar una visión más de conjunto, evaluar mejor los "pros" y los "contras", tener puntos de referencia, etc.

En los estudios sobre déficits cognitivos en la vejez generalmente se emplean comparaciones entre sujetos jóvenes y ancianos y en ellos se ratifica que los ancianos son menos aptos para organizar e integrar la información que los jóvenes y, es por ello, por lo que tienen menos éxito en las tareas de resolución de problemas. Pero estas diferencias en los resultados obtenidos en los tests de inteligencia están también ligadas a diversos factores externos, entre ellos la diferencia en el nivel de escolaridad entre las generaciones estudiadas. El nivel de instrucción alcanzado por las personas de edad mejora de manera espectacular con cada cohorte. El nivel de conocimientos reglados alcanzados por nuestros ancianos es, en general, más bien escaso. El hecho de que la juventud, entendida como etapa social, sea un concepto relativamente moderno, hace que nuestros mayores hayan pasado bruscamente de la infancia a la edad adulta con todo lo que ello implica y que, por tanto, se haya bloqueado una etapa especialmente apta para la adquisición de hábitos de aprendizaje y de desarrollo de la personalidad. También hay que tener en cuenta que, para la gran mayoría de las personas de edad, la escasez de medios económicos hizo del todo imposible que adquirieran en su época una educación superior, no llegando ni siquiera a plantearse esa posibilidad. Esto se ve ratificado por los estudios que muestran que entre nuestros ancianos hay un 18,1% de hombres y un 21´5% de mujeres analfabetas y sólo un 2'5% ha acabado una carrera de grado medio o universitaria (Altarriba, 1992). Este escaso e incluso nulo nivel de escolaridad se observa sobre todo en personas provenientes de medios rurales y en el colectivo del sexo femenino ya que, además de las anteriores circunstancias y condiciones, se unían la expectativa social de su conducta, el comportamiento estereotipado y su posición de rol.

Otro factor influyente de que los resultados en tests puedan ser inferiores en su cohorte si la comparamos con las actuales, son las privaciones de todo tipo sufridas por la mayoría de nuestra actual generación de ancianos. La privación alimentaria que se prolongó durante bastantes años de su infancia o adolescencia a causa de la guerra, unido en muchos casos a déficits afectivos a causa de la desaparición de uno o ambos progenitores y, por supuesto, el bajo nivel de escolarización propio de la época, han provocado daños irreversibles. A ello hay que unirle las privaciones vividas desde la infancia hasta la actualidad, las cuales pueden ser de carácter económico, social, afectivo, relacional, etc. y que han podido provocar el mantenimiento o el empeoramiento de unos resultados ya de por sí algo deficientes.

No menos influyente en los resultados de los ancianos es la falta de hábito con estos instrumentos. La poca experiencia con el material de la prueba puede provocar un resultado inferior al real ya que las actividades nuevas, más que las familiares, son las que corren el riesgo de sufrir un aumento del tiempo necesario para la decisión. Es por ello que las escalas han de ser breves y han de estar expresadas claramente. Hay que explicar las veces que sea preciso las instrucciones del test para tener la seguridad de que la persona entiende correctamente lo que se le pide. La naturaleza del problema presentado, la falta de interés o de motivación hacia una determinada tarea, las instrucciones dadas y el marco en el que se desarrollan las experiencias pueden ser los responsables de que las puntuaciones obtenidas en los tests sean inferiores a las reales.

Es importante tener presente, como factor influyente en los resultados, que los ancianos pueden padecer déficits sensoriales o de otro tipo. Las funciones sensoriales no se limitan a los cinco sentidos tradicionalmente reconocidos, sino que comprenden también la posición cinestésica del cuerpo, el equilibrio, la rapidez y la coordinación, las alteraciones de la motricidad fina y global y las sensaciones internas. Todo ello puede hacer que, ante un test, se prolonguen los tiempos de respuesta, provocando así que los resultados muestren un nivel de inteligencia inferior al real.

La rapidez de las respuestas en los tests cronometrados será también otra de las variables influyentes. La rapidez en la respuesta decrece con la edad, lo cual provocará que los tests de inteligencia cronometrados otorguen a los ancianos unos resultados peores a los reales, cuando la auténtica causa de la caída de los niveles no depende de la inteligencia sino de la velocidad de respuesta. Sin embargo, esta reducción de la velocidad de respuesta se puede compensar con el aumento de las capacidades verbales, lo cual hará que se obtengan unos niveles estables durante toda la vida en los tests de inteligencia. Cuando se elimina el factor velocidad, el anciano responde aumentando la capacidad de respuesta. Evidentemente, el estado de salud general y un elevado nivel de C.I. del individuo antes de la vejez marcarán la tendencia a no deteriorar tanto la comprensión y el rendimiento intelectual en su proceso de senectud. Sin embargo, si se refuerza la aceleración del tiempo de respuesta, sus niveles mejoran, por lo que será útil recurrir a reforzamientos numerosos cuando los ancianos presenten un tiempo de respuesta muy larga y cuando duden en la elección de su respuesta.

Lo que frecuentemente contribuye a la torpeza intelectual de las personas de edad, es el hecho de vivir apartadas de la sociedad y de la relación con las demás personas. En la senectud ya no se tienen responsabilidades directas, se reducen las oportunidades de charlar con la gente que aún lleva una vida activa y sus preocupaciones se van reduciendo, al igual que su curiosidad intelectual. El anciano va así aislándose del mundo exterior y se confina entre las cuatro paredes de su hogar, con lo cual sus conversaciones se reducen a las molestias acerca de su salud y a aspectos muy puntuales o bien del pasado, que generalmente son siempre los mismos. Esto provoca, en las personas que les visitan o que hablan con ellos, el sentimiento de que su compañía no es más que una formalidad que no procura distracción ni consuelo a su soledad.

Frente a esta crisis, el único remedio posible es el descubrimiento de un centro de interés hacia el cual dirigir su objetivo. El anciano debe tratar de profundizar en sus conocimientos e incluso adquirir otros nuevos. Es cierto que esto se produce bajo unas condiciones bastante difíciles, ya que la capacidad de atención disminuye, se pierde vista, oído, memoria, etc. pero, lo mismo que la salud física, la salud intelectual requiere un régimen apropiado, una gimnasia que le permita una mayor agilidad mental, ya que la memoria se desarrolla utilizándola. Es por ello que, en la actualidad, cada vez destaca más la importancia de un mantenimiento estimulativo adecuado, con su posterior respuesta funcional, cara a la conservación durante el mayor tiempo posible de las facultades intelectuales del anciano.

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